lunes, 16 de junio de 2008

Un desayuno formal

A pesar de que supuestamente sabíamos lugar y hora, las cosas no sucedieron como estaban planeadas, al menos en un principio.

En el último instante nos avisaron que el desayuno se llevaría a cabo en la base militar misma, y no en el casino; y además uno de los nuestros llegó 15 minutos tarde, lo que nos puso a todos los pelos de punta: los secretarios de Estado, y más aún los militares, toman el tiempo en serio.

Pero a pesar de nuestros temores, y de nuestros diez minutos de retraso, nos encontramos con que el daño había sido menor, porque apenas llegamos nos recibieron con sonrisas y café, lo que significó el primer respiro del día.

De inmediato entró el secretario. A pesar de que lo había visto antes en los medios, serio y adusto al máximo, resultó ser un hombre de espléndido humor y de natural inclinación a la sonrisa, lo que sin duda contribuyó a distender el ambiente.

-Buenos días tengan todos ustedes. Bienvenidos al Campo Militar #1. Primero almorzaremos despreocupadamente, y después veremos la presentación que nos traen ¿De acuerdo?

-De acuerdo.

Y nos sentamos a la mesa.

Habíamos llegado a una especie de cabaña en medio del principal territorio militar del país. Se nos informó que era una suerte de residencia de visitantes distinguidos, con habitaciones en la parte de arriba. Nosotros nos encontrábamos en el comedor, abajo, sentados en círculo y dispuestos de forma tal que hubiera una alternancia entre militares y civiles. Acompañaban al secretario los encargados del más alto rango castrense: los jefes máximos de sanidad, asuntos jurídicos, formación militar, división contra el narcotráfico, y el jefe del estado mayor.

En medio del desayuno, el secretario preguntó dirigiéndose a nosotros:

-¿Y habían estado antes en el Campo Militar #1?

Acto seguido me volteó a ver, y sonriendo exclamó:

- Al menos en el 68 no creo, porque se ven muy jóvenes.

Después de las risas generalizadas, entramos en materia.

Elsa expuso nuestro punto de vista sobre cómo enfocar los problemas que nos llevaron allí, así como la trilogía de iniciativas de ley en las que hemos estado trabajando estos dos años.

Sorprendentemente, tuvieron una buena acogida.

Después de la presentación, Astorga, Zabicky, y yo mismo, ampliamos la información y enviamos los mensajes previamente acordados: "no es contra ustedes"; "por la fuerza no se resuelven los problemas de seguridad pública"; "reconocemos su esfuerzo, pero no pueden con esto solos", "hay que hacer más investigación médica", etc. etc. Después de esto, entregamos las iniciativas impresas en papel de cáñamo, que examinaron con extrañeza y curiosidad.

Finalmente hablaron ellos: uno por uno, dieron su beneplácito por el enfoque que aportábamos. Se mostraron complacidos de que no hubiéramos ido a echarles bronca, y de que la propuesta no iba a significarles problema. Cuestionaron que empezáramos por lo más complicado para comenzar con el cambio cultural que, como ellos mismos reconocieron, era necesario; y en general admitieron que la sociedad era la principal víctima de su guerra.

Para cerrar, el General expresó: "Bueno, en lo del cáñamo no veo ningún problema, parece una excelente opción para los campesinos; en la propuesta médica, creo que tienen razón en tratar de aprovechar lo que la ciencia ha determinado como benéfico para ciertos problemas de salud; pero en lo de los consumidores... ¿qué van a decir los gringos?"

Ante el planteamiento, rápidamente reaccionamos:

-General... nadie tiene por qué impedirnos tratar el asunto de los consumidores primero como un asunto de salud pública, antes que como uno de criminalidad. Para eso somos soberanos.

Sonrieron, y el encuentro terminó cuando preguntamos:

- General ¿Díganos cuándo vamos a saber que ganamos esta guerra? ¿Cuándo vamos a clavar la bandera como símbolo de la victoria?

- Tiene razón. Así planteado no existe final, ni indicios de cuál sea éste. Nadie sabe cuándo terminará esto. Tengan ustedes muy buenos días.

Nos levantamos. Cuando íbamos de salida, protocolo: foto personal con el secretario y éste entregándonos una moneda conmemorativa. (Supongo que ahora inteligencia militar tendrá ya completo nuestro expediente).

Después, exultantes, Zabicky y yo regresamos por donde entramos, saludando de forma militar, y sonriendo a todos los que se nos pusieron enfrente.

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