lunes, 12 de mayo de 2008

Del paseo en bicicleta


Thank you for your faves, guys!, originally uploaded by ionushi.

Con todo y sus inconvenientes, no conozco mejor forma de pasear por la ciudad que en bicicleta: pedalear sobre uno de estos maravillosos aparatos hace posible recorrer distancias que a pie serían impensables; y al mismo tiempo nos permite parar en el lugar y momento que queramos, ya sea para tomar un descanso, para admirar las maravillas arquitectónicas de nuestra ciudad (incluidos, desde luego, sus adefesios) para apuntar el teléfono en donde se informa sobre un departamento que quisiéramos alquilar, o simplemente para preguntarle a una chica guapa cuál es la mejor ruta para llegar a la nevería más próxima.

Conviene apuntar que estas líneas se limitan a señalar algunos aspectos del paseo por la ciudad, ya que en otras modalidades, como las salidas por carretera o el ciclismo de montaña, se requiere de una fortaleza física poco común en el paseante vulgar; al tiempo que requieren de un espíritu deportivo que no todos poseemos. Esta clase de excursiones se encuentran más cercanos al moderno concepto de “hacer ejercicio” y al de sus beneficios colaterales, temas que no interesan en lo más mínimo al autor de estas líneas.

A diferencia de otros medios de transporte de locomoción humana, la bicicleta posibilita al excursionista guardar el decoro y la elegancia, mientras que sus alcances, en términos de distancia y desgaste físico, son mucho más rentables que los del patín del diablo o la de los patines. La bicicleta puede ir por la banqueta o por la calle, permite ignorar los señalamientos viales sin ser detenidos por la policía (desde luego, hay que verificar que no sea un coche el encargado de detenernos abruptamente). El ciclista se desliza suave y cadenciosamente (mientras no haya muchos baches) al tiempo que se deleita con la sensación del viento en el rostro. La velocidad promedio es perfecta para apreciar detalles del paisaje imposibles de registrar con otros transportes.

Así las cosas, ¿qué se necesita para pasear en bicicleta, además de disposición, sensibilidad, arrojo y valentía? Como me considero un veterano ciclista de esta modalidad, yo sugiero ampliamente los siguientes elementos prácticos: cámara fotográfica, libreta de apuntes y pluma, bloqueador solar, dinero suficiente para bocadillos y bebidas, una mochila pequeña para la espalda que distribuya el peso equitativamente. La vestimenta debe ser cómoda y sencilla. Las bermudas, por ejemplo, son ideales. El agujero de ozono impone la gorra deportiva, y si bien el casco está mal visto, es opcional (en realidad es muy conveniente, pero no concuerda con el espíritu despreocupado del paseante). El número ideal de excursionistas es de dos, y el máximo es de tres. Un mayor número presenta el defecto de convertir al grupo en un rebaño que es necesario pastorear, lo que arruina la despreocupación esencial que debemos conservar. En cuanto a la bicicleta misma, conviene un modelo clásico, lo más ligero y lo menos pretencioso posible. Las bicicletas con motor eléctrico, que las hay, tampoco son convenientes: son caros objetos para el deseo ajeno, y cuando se les acaba la batería, resultan demasiado pesadas para llegar muy lejos.

En atención al espíritu del excursionista resulta de primordial importancia desechar cualquier elemento que nos confunda con otro tipo de ciclistas. Es esencial dejar muy claras las diferencias entre aquel que monta una bicicleta para pasear y aquellos que la montan para transportarse o trabajar, ya que éstos últimos ven en la bicicleta una utilidad meramente material. Pero sobre todo, es necesario deslindarse de aquellos los que buscan sentirse saludables, reconocidos y gratificados socialmente por el esfuerzo físico y por sus dudosas consecuencias corporales. En esta medida, en aras del sano esparcimiento, debemos declarar terminantemente prohibido el vestir o portar todo artículo que evoque, así sea por casualidad, siquiera la más mínima intención deportiva de la gesta ciclista. El paseante deberá abstenerse de aparecer en público con elementos como camisetas y mallas ajustadas de licra, zapatos diseñados para los pedales, lentes oscuros de connotaciones supersónicas, brazaletes quita-sudores, cascos aerodinámicos, relojes con cronómetros... está permitido beber de los cilindros plásticos que algunas bicicletas llevan integrados, pero las bebidas rehidratantes especializadas tienen connotaciones dudosas, y es preferible una cerveza o cualquier otra bebida que excite nuestra sensibilidad. En esta tónica, debe quedar descartado cualquier otro artilugio o aditamento que evoque, refiera, ensalce o enaltezca al deporte como el fin último de andar en bicicleta. El paseante debe limitarse a considerar al ejercicio como a un mal necesario, y no como un beneficio del paseo.

Después. el tour comienza por decidir la zona que queremos visitar, y luego la marcha nos lleva por sí sola (como la borrachera que toma sus propias decisiones con independencia de los bebedores.) Los siguientes, por ejemplo, pueden ser bonitos paseos: empezamos en Polanco, luego nos dirigimos hacia su zona industrial en el norte, y acto seguido torcemos a la derecha para llegar, no sabemos bien por dónde, a la colonia San Rafael y de ahí a Santa María la Ribera; después pasamos a Lindavista, con sus paisajes de vías del tren en desuso y terminamos regresando por Insurgentes hasta la Zona Rosa. Otra posibilidad es tomar Reforma desde la zona de museos, pasar por la Diana y el Ángel hacia Tlatelolco, durante el recorrido dar vueltas por las extraordinarias colonias Juárez, Tabacalera y Guerrero, y admirar desde diferentes perspectivas el Monumento a la Revolución (esta última visita agrega una dimensión nueva a cualquier idea de lo ridículo y del olor a orines que pudiéramos tener). O igualmente podemos hacer un recorrido por las calles de Coyoacán, visitar después el parque y convento de Churubusco, luego posar para una foto con la Alberca Olímpica de fondo, y acto seguido tomarnos otra en compañía de los osos polares y de los leones disecados que misteriosamente exhiben algunas tiendas especializadas en baños y azulejos de la zona.

En el sentido de lo misterioso e insospechado, el paseo ciclista nos depara maravillas que no aparecen por lo regular en las guías de turistas. Una vez, por ejemplo, en ilustre colonia de clase media, descubrimos una sucursal del Kremlin convertida en elegante casa habitación, color rojo subido, chapas y canceles dorados, torres de cucurucho y tres coches estilo narco de los años setenta a sus puertas. En esa misma zona, en otra ocasión, pudimos admirar la maravillosa decoración de una residencia que había dispuesto en su fachada, con gran elegancia y distinción, una réplica tamaño natural de la cabeza de un elefante, a modo de trofeo familiar. O pedaleando por una colonia sureña, en otra excursión, cuál no sería nuestra fascinación al toparnos de frente con una elegante mansión edificada a semejanza de un barco pirata, claraboyas, bandera, cañones y puente colgante a estribor para el abordaje incluidos.

A pesar de las interesantes vicisitudes antes mencionadas, desde el principio de estas líneas reconocíamos que andar en bicicleta por nuestra ciudad presenta también ciertos inconvenientes prácticos. Uno, el principal seguramente, es el de las pendientes: el que haya intentado pedalear sobre cualquier superficie inclinada sabe a lo que me refiero: deslizarnos cuesta abajo es muy cómodo, pero con la velocidad el control se pierde con facilidad, lo que puede traer funestas consecuencias; pero peor aun es tratar de pedalear hacia arriba, y la inminencia del ataque cardiaco hace imposible cualquier esfuerzo para avanzar siquiera cincuenta metros. El poniente montañoso de la ciudad se encuentra vedado, por lo tanto, a nuestro ciclismo.

Con respecto a la seguridad de circular en bicicleta por la ciudad, principal objeción de todos los que se niegan a este placer, se puede decir que, en efecto, los riesgos del paseo ciclista urbano son múltiples, pero eso sí, muy emocionantes, ya que van desde la posibilidad de ser arrollados fatalmente por un camión que transporta materiales inflamables, hasta la engorrosa de pescar un resfriado al circular por una superficie mojada, ya que el culo se empapa irremediablemente. (Aunque esto se puede evitar con aditamentos adecuados en las ruedas). Entre ambos extremos podríamos mencionar muchos otros peligros: chocar con transeúntes distraídos que bajan de un pesero o de un autobús, o contra puertas de coche y de zaguán abiertas repentinamente; también es probable regresar con raspones y magulladuras causadas por distracciones comprensibles (háblese de minifaldas o escotes pronunciados), o incluso la de ser agredidos con extrañas sustancias arrojadas por caminantes envidiosos (esta es una experiencia personal). Por supuesto, podemos rompernos un brazo, una pierna o algo peor, en una maniobra mal ejecutada y etc., etc. Sin embargo, al considerar que quedarnos en casa leyendo o viendo la televisión también puede causar un dolor insoportable de columna sólo remediable con cirugía mayor y una convalecencia de año y medio, o que no es descabellada la posibilidad de desaparecer de la faz de la tierra mientras comemos tranquilamente un sándwich en nuestro lugar de trabajo debido a impactos circunstanciales, como la caída fortuita -o provocada- de un avión con doscientos pasajeros… podemos argumentar, entonces, que todo es “relativo y proporcional, como lo celos”, según decía un amigo, por lo que vale la pena correr el riesgo de intentar, por una vez aunque sea, la experiencia.

Pero no hay que preocuparse demasiado por estas posibilidades funestas. Mejor es pensar que si nos encontramos en la ciudad, podemos gozar de sus múltiples servicios. Pocos momentos tan gratificantes, por ejemplo, como el de llegar jadeando y con la lengua de fuera a uno de esos restaurante con mesas en la banqueta, dejar la bicicleta un lado y acomodarnos en una silla mucho más confortable que la de nuestro medio de transporte. Acto seguido pídanse bebidas refrescantes y embriagantes, un bocadillo aceitoso que reponga las fuerzas y préndanse por último algunos fuegos artificiales. El recuento de nuestras hazañas, mas los combustibles consumidos, nos darán la fuerza suficiente como para decidirnos a emprender heroicamente el camino de vuelta. La percepción, sensibilizada y sintonizada de nuevo gracias a las viandas y bebidas, agregará emociones extras para la parte final del recorrido.

De vuelta, una vez en la comodidad del hogar, sanos y salvos, conviene considerar la ingesta de por lo menos dos analgésicos, tomar un buen baño caliente y después un sueño reparador. El lunes estaremos listos para despertarnos con todo el cuerpo molido, pero también, esto hay que decirlo, con la incomparable satisfacción moral del placer cumplido.


(Paréntesis No.14, octubre-noviembre de 2001)

5 comentarios:

Aurelio Asiain dijo...

Gran foto.

JHT dijo...

Si, y el texto que la inspiró es estupendo, también.

Monserrat sin t. dijo...

esa bici que montas en la foto es demasiado sofisticada para tu plan de ruta y además creo que podrían enamorarse de ella los amantes de lo ajeno.

JHT dijo...

Si, pero cómo me divertí ese día.

Anónimo dijo...

Me reí y disfruté mucho de tu paseo dominguero. Por azares del internet, me topé con tu blog. Aprovecho para mandarte un saludo.